Sobre el matrimonio
Por: Marcela Rubiano
El matrimonio en mi experiencia ha sido como tener hijos. ¡En Instagram todo se ve una belleza, pero en realidad, es un mierdero! Creo que parte de la razón es que nadie es honesto con nadie y desde la crianza nos imponen unos ideales absolutamente equivocados de lo que significa estar en una relación con otra persona.
Creo que la conversación al rededor de estas cosas tan importantes de la vida no cambia cuando crecemos. Nos seguimos vendiendo las mismas fantasías de cuando éramos niñas. Que todo es perfecto, que el príncipe llega y sobre todo, que si resulta no ser el caso, hay que matarse pretendiendo que sí lo es.
Así no es, y eso está bien. Porque esa es otra mentira. Que la vida es fácil y que el dolor hay que evitarlo a toda costa. El dolor es un gran vehículo para encontrarnos. En nuestro dolor nos reconocemos, nos desarmamos y conectamos con nosotras mismas. En el dolor a veces encontramos nuestra honestidad. Muchas veces, casi sin excepción, ese paso a la libertad, ya sea de una relación que no queríamos, de un trabajo que no nos hace felices o una religión que ya no nos representa, viene precedido por el miedo de reconocernos a nosotras mismas que esas que éramos, ya no somos más. Como si evolucionar y reinventarnos fuera algo de lo que debemos correr. Claro que debemos correr, pero hacia nuestra verdad. Así nos de miedo y así se caiga el mundo.
Nos desgastamos pensando en la fiesta, en los invitados, en la comida y en cómo nos vamos a ver ese día. De pronto nos iría mejor en la practica si nos preparamos con la misma dedicación no para la fiesta sino para la vida juntos. Si no nos ocupáramos tanto de que vestido blanco nos vamos a poner sino de cuales son las herramientas que vamos a usar cuando empiecen las discusiones. Cuando necesitemos espacio. Cuando pasen los años. Cuando la reacción química del amor se nivele en nuestro cerebro. Cuando la cosa se ponga dura. Cuando la distancia se haga grande así estemos en el mismo cuarto. Yo me casé detrás de una palma, solos los dos con una montaña de testigo. Cuando me propuso matrimonio le dije, ¿por qué mejor no celebramos en 10 años si seguimos juntos? No quiero que nuestros hijos se lo pierdan.
De pronto soy la única a la que se le explotó el rabo pariendo y la única a la que el matrimonio le ha parecido un rollo. Parece que reconocer que no todo es perfecto en nuestras vidas es como un tipo de letra escarlata que no nos queremos poner. Hasta hoy solo mi hermana y mi mamá sabían que mi esposo y yo hemos ido a terapia de parejas y que hemos pensado seriamente en separarnos en algún momento de nuestra relación. Pero voy a salir del closet porque creo que es importante que entre mujeres nos liberemos de tanta presión porque todo en la vida nos salga perfecto. No vivimos en un filtro de Instagram. La vida es complicada y tiene sus cosas buenas y sus cosas malas y las malas, realmente no son malas, es la vida. Lo importante es que podamos ser honestas con nosotras mismas. No vamos a armar una comunidad fuerte, comunidad que además necesitamos, si entre nosotras seguimos pretendiendo que todo es una maravilla y que si no lo es, hay que aguantar. Parir duele, el matrimonio atraviesa crisis y eso está bien. Esa es la vida real.
Mi esposo y yo llevamos 7 años y una hija juntos. Ahora estamos bien y después de trabajar en nosotros, por separado, llegamos a la conclusión de que queremos estar aquí y ahora. No se si vayamos a estar juntos por el resto de la vida. De los 34 a los 104 que yo quiero vivir hay mucho tiempo. De pronto sí de pronto no. Ya lo veremos. Pero no nos angustia porque le perdimos el miedo al fracaso y ahora somos simplemente nosotros, un par de humanos que a veces, no están tan bien.